El tremendo crujido
y el terremoto que siguió disipó las ya pocas dudas tras el anuncio del
oráculo. El ruido era demencial, la gente huía apelotonada por las calles,
abrazada a sus pertenencias; los patricios, cargados de joyas; los esclavos de
los ropajes y vajillas de sus amos y la milicia, pilum en mano, intentaba
mantener el orden sin que se notase que ellos mismos también escapaban.
Flavia Vesta
Triciana contemplaba todo esto desde la ventana de su villa mientras bebía vino
y el aire más frío de la mansión le traía las risas de sus invitados,
entregados a la bacanal. Se puso de perfil —su lado derecho a la calle, al sol
ardiente el ruido y la desesperación y el izquierdo al interior a la sombra el
jolgorio y la bacanal— y la diferencia que le mostraban sus sentidos le hizo
sentirse como Jano; divina en su dualidad, pero por encima de ambas historias.
—¿Que haces? —le
llegó una voz desde la cama.
—Contemplo el fin,
el valor de la mortalidad y me regodeo
—Oh trágica, divina
Flavia. ¿No eras tú la que decía que los augures se equivocaban? ¿Y que ibas a
aprovechar la credulidad de todos estos nobles idiotas para hacer una fiesta de
la que se hablase durante siglos?— La sonrisa pícara de Mara Livia, hizo aflorar
otra a los labios de Flavia.
—Sabes que si, mi
bella extranjera. ¡Y ves que tenía razón! Ni el mismo Dionisio podría haber
juntado tanta verga con tanta vulva en una villa. Hasta esa vieja arpía de la
Viuda Trajano se ha acostado con un nubio.
—Ahora estás siendo
simplemente soez —dijo Mara, pero la risa en su tono le desmentía a Flavia lo
serio de su reproche.
—Soy lo que quiero
ser. Es mi privilegio. Y aquí y ahora quiero ser lo que desees tú —dijo
tirándose encima de Mara, las sedas como estelas tras ella, para entregarse
juntas a los juegos de las bacantes.
Flavia se despertó
al rato con otra explosión y esta vez notó la sacudida en su cuerpo, además de
en sus oídos.
—¡Mara , despierta!
—dijo a su dormida acompañante —Quizás
los oráculos no se equivocaban, después de todo. Parece que Vulcano mismo este
forjando los rayos a Júpiter debajo nuestro.
—¿Qué?— preguntó
Mara aún amodorrada —¿Cómo puedes saber del monte ígneo?
—¿Que monte ígneo?
No he dicho nada de un monte …— Flavia se detiene a pensar y parece adivinar
que algo va mal; sale de nuevo al balcón y busca el Monte Vesubio. Tras
estirarse sin ver nada sale corriendo al otro lado del oecus donde aún
transcurre la bacanal.
—Claro, Vulcano, no volcán. Soy idiota. Putos
implantes de lenguaje— Mara se golpea la frente con la palma de la mano
y tras un instante de duda sale persiguiéndola.
Flavia, aun corriendo, se asoma a la ventana del
refectorio, al otro lado del ludus. Humo. Del monte Vesubio. No: del monte
ígneo Vesubio —Jupiter Dolichenus, es cierto. Vamos a morir todos.
—Flavia —el tono es
serio, controlado —Cálmate, por favor ¿quieres decirme que te pasa?
—Tu lo sabias ¿Cómo?
Has estado conmigo al otro lado de la villa la tarde completa. ¿Cómo sabías que
el Vesubio se había tornado ígneo? ¿Acaso eres un oráculo de Vulcano?
—Y ahí está otra vez; Vulcano. Jodidos latinismos
—Mara , no puedo
entenderte, ¿que idioma es ese?
—Flavia. Vamos, aun
es temprano. Entreguémonos a la fiesta. ¿No has dicho que había un nubio? Vamos
a buscarlo y veremos como en sus negras piernas perdemos tus oscuros presagios;
y quizá…—la sonrisa de Mara se vuelve pícara —hasta podamos compartirlo y volverlo
loco de placer. ¿No te gustaría?
Por un momento
Flavia vuelve a sonreír, pero un rumor como un trueno lejano devuelve las nubes
a su ceño —No, no, no. Mara: no podemos quedarnos aquí. ¿Y si Vulcano revienta
el Vesubio? No podemos arriesgarnos. Tengo una idea: tú me has dicho que has
venido hoy. Tú trirreme está amarrada en el puerto. Vamos a ella, ¡Todos! Si
quieres seguiremos la fiesta en ella y si al final resulta que a Vulcano sólo
se le ha caído su martillo volveremos y nos reiremos.— Mara la mira seria,
decepcionada
—Mara, por favor—
ruega Flavia —No puedo irme sola. No puedo dejarte aquí para morir. Ven al
puerto! Encontraremos una nave.
—Oh claro, de eso se
trata —Mara se pone a pasear con exasperación —Soy idiota. Debí seguir sólo de
guia. Solo quería participar, relajarme, por una vez ¿Quién iba a enterarse?
Esto es peor que los grafitis en latín que hicieron los de la primera excursión.
—Mara, no entiendo.
Es igual: vámonos! Las dos solas, si quieres. Tu nave…
—¡No hay ninguna
nave, Flavia! No vamos a irnos a ningún lado.
—Pero tu dijiste que
habías llegado hoy. Y tus invitados…
—No hemos venido en
barco. Estos idiotas han viajado siglos para la fiesta más extrema de la que se
tiene constancia en la historia. Y seguirán así aun una hora más hasta que
reviente la caldera y me los lleve de vuelta a su época. Y mañana volveré con otro
grupo.
—No te entiendo.
Pero os vais a ir ¡Podemos irnos!
Mara se volvió al
cubiculum. Se dejo caer pesadamente en la cama y se tapó los ojos. Al mismo
tiempo otro temblor sacudió la villa.
—¡Mara! No queda
tiempo
—Te lo he dicho.
Queda una hora. Y en una hora nos hubiéramos ido, pero solos, y a ti te hubiera
encontrado la muerte entregada a tu orgía con el resto de tus invitados —Mara
se yergue y la mira —No debemos alterar nada del pasado. Mañana cogeré a otro grupo
de ricachones y los volveré a traer aquí y tu volverás a estar tan divina y
estoica como siempre y yo no volveré a cometer el error de acostarme contigo y
la fiesta, la fiesta transcurrirá hasta el fin, como las otras cien veces— La
apunta con la mano donde un ornamentado brazalete se abre y brilla —Y esta vez,
al menos, tú no sufrirás nada.